El trabajo del campo acoge a los parados
del 'batacazo inmobiliario' de Sevilla
Juan Rubio
Hace sólo unos meses, los empresarios del campo sevillano reclamaban al Gobierno un contingente de trabajadores extranjeros para sus faenas agrícolas. Ya ni lo plantean. La mano de obra crece con la llegada de desempleados de la construcción.
Cobraba 70 euros al día como obrero de la construcción y ahora sólo son 40 como jornalero en una finca de Aznalcázar, en Sevilla. “Y aquí me tiene usted, quitando muchísimos terrones”, relata Juan Antonio Martín mientras ejecuta, junto con varios miembros de su familia, esposa incluida, la primera labor de limpieza de las patatas en la cabina trasera de una cosechadora. Es mediodía, el sol aprieta.
A Martín el ladrillo lo llevó al desempleo allá por noviembre pasado, y reconoce que, además de ganar la mitad que antes, su actual trabajo “es bastante más duro, con más horas, de siete a siete”, ríe al tiempo que mira a su veinteañero sobrino, pendiente de oro, rosario al cuello. Jornalero por necesidad, es viva estampa de un trasvase hacia la agricultura de antiguos peones de la construcción, azotados por la crisis inmobiliaria.
Tanto empresarios agrícolas como sindicatos constatan este cambio de tendencia, que llega por dos vías. Primera, la de aquellos que abandonaron las campañas del campo seducidos por el boom de las obras y obligados ahora a retornar. Y segunda, la de quienes nunca en su vida laboral se toparon con faenas rurales, pero que no encuentran empleo en otros sectores. El que la industria los vaya a acoger, “tal y como venden los políticos”, es una entelequia, según coinciden en señalar los agentes sociales de Sevilla.
Ricardo Serra es presidente de la patronal Asaja en la provincia. “Hace sólo un año, tenía incluso problemas para encontrar gente que acudiera a recolectar patatas. Ahora, en cambio, no sólo hay escasez, sino que acuden a buscar trabajo”, comenta mientras, calculadora en mano, cifra qué montante le dejará una operación. El producto goza, esta vez sí, “de un buen precio”. Hay cierta carestía de papas en Europa.
“La teta gorda de la construcción se ha agotado”. Encargado de una de las fincas de patatas que la sociedad agraria de transformación Macondo posee en Aznalcázar, Francisco Escalona da fe también de ese travase laboral. “Son bastantes los que antes estaban empleados en el ladrillo y llaman ahora a las puertas del campo. Aquí al menos eso sucede, lo puedo corroborar”.
¿Una estratagema de los patronos decir que hay más empleados para así tirar a la baja los salarios? No. El secretario provincial de la Federación Agroalimentaria de UGT, Francisco López, asegura incluso que las prestaciones por desempleo están amortiguando un retorno más grande de obreros al campo. Y una vez que éstas comiencen a agotarse, explica, será cuando realmente se calibre la capacidad de absorción laboral de la agricultura sevillana.
¿Y la tiene? “Al menos en Sevilla, sí”, responde López. De hecho, argumenta, ésta es la única de las grandes provincias agrarias de España que carece de contingente de mano de obra extranjera contratada en origen para el campo. “Y por eso [los sindicatos] siempre nos opusimos a ese contingente, porque pensamos que hay trabajadores suficientes”.
Rapidez. “La cascada se ha producido en muy poco tiempo”. Felipe Gayoso es responsable de los temas laborales en Asaja. “En los últimos años, sobre mi cabeza recaían las quejas de los empresarios, en especial de patatas, cítricos, melocotón y aceituna de mesa, porque no encontraban trabajadores. Estamos a finales de mayo y le puedo asegurar que en 2008 no he sufrido tal presión”.
Gayoso, asimismo, se remonta a la reciente huelga en la recogida del melocotón –convocada por CCOO y UGT en demanda de mejoras en el convenio colectivo del campo sevillano– a la hora de encontrar la que es, en su opinión, una de las claves de este retorno de obreros al agro. “Cuando los alcaldes de La Vega lanzaron su comunicado instando a la resolución del conflicto laboral, estaban constatando un grave daño para el empleo, pues cada vez hay más paro en sus pueblos debido a la crisis inmobiliaria y a la menor demanda para la hostelería. ¿Y esa gente irá a la industria?” “A la industria, no. Más bien al verdeo [la recolección de la aceituna de mesa, que comienza en septiembre]”, matiza, por su parte, el dirigente ugetista.
Uno de los líderes más activos de CCOO en la zona de La Vega es Carmelo Acuña. Sobre el desembarco de albañiles en la recogida del melocotón decía, durante los días de la huelga, que comenzaba a notarse, aunque matizaba que este sector, y sobre todo en las grandes compañías, los eventuales son “muy fieles” y, no en vano, resaltaba el que no hubiera trabajadores inmigrantes en el tajo.
“¿Que si los hay? Si hasta a mí me llaman directamente para pedir trabajo, afirma Carlo Román, gerente de la empresa Macondo. “A mi generación [tiene 28 años] no le gusta el campo, pero ahora es lo que hay, y las hipotecas, además, hay que pagarlas, ¿no?”
Villamanrique de la Condesa, bar en los aledaños de la Plaza de España, donde, a eso del mediodía, paran albañiles y jornaleros. Surge la conversación. “En este pueblo, y con tantas obras, haberlos, los hay, pero aún son pocos”. Tinto en mano, un cliente. “Irse del campo a la construcción vale, pero al revés...”
“Claro. Es fácil pasar de lo malo a lo bueno, aunque no de lo bueno a lo malo”. Sentencia de Francisco Escalona. “Por eso es el último recurso al que acuden los obreros que se quedan sin trabajo”, matiza el sindicalista Francisco López.
Mientras quita terrones a las papas –las manos se ensucian, más que en las obras–, Juan Antonio Martín reflexiona en voz alta y ante su mujer, cuñadas y sobrino, e incluso ante su empresario, que es Carlo Román. “No me gusta la agricultura. Si estoy aquí es porque no tengo más remedio. Me gustaría volver a la construcción. Ése es mi oficio, no éste”.
Cobraba 70 euros al día como obrero de la construcción y ahora sólo son 40 como jornalero en una finca de Aznalcázar, en Sevilla. “Y aquí me tiene usted, quitando muchísimos terrones”, relata Juan Antonio Martín mientras ejecuta, junto con varios miembros de su familia, esposa incluida, la primera labor de limpieza de las patatas en la cabina trasera de una cosechadora. Es mediodía, el sol aprieta.
A Martín el ladrillo lo llevó al desempleo allá por noviembre pasado, y reconoce que, además de ganar la mitad que antes, su actual trabajo “es bastante más duro, con más horas, de siete a siete”, ríe al tiempo que mira a su veinteañero sobrino, pendiente de oro, rosario al cuello. Jornalero por necesidad, es viva estampa de un trasvase hacia la agricultura de antiguos peones de la construcción, azotados por la crisis inmobiliaria.
Tanto empresarios agrícolas como sindicatos constatan este cambio de tendencia, que llega por dos vías. Primera, la de aquellos que abandonaron las campañas del campo seducidos por el boom de las obras y obligados ahora a retornar. Y segunda, la de quienes nunca en su vida laboral se toparon con faenas rurales, pero que no encuentran empleo en otros sectores. El que la industria los vaya a acoger, “tal y como venden los políticos”, es una entelequia, según coinciden en señalar los agentes sociales de Sevilla.
Ricardo Serra es presidente de la patronal Asaja en la provincia. “Hace sólo un año, tenía incluso problemas para encontrar gente que acudiera a recolectar patatas. Ahora, en cambio, no sólo hay escasez, sino que acuden a buscar trabajo”, comenta mientras, calculadora en mano, cifra qué montante le dejará una operación. El producto goza, esta vez sí, “de un buen precio”. Hay cierta carestía de papas en Europa.
“La teta gorda de la construcción se ha agotado”. Encargado de una de las fincas de patatas que la sociedad agraria de transformación Macondo posee en Aznalcázar, Francisco Escalona da fe también de ese travase laboral. “Son bastantes los que antes estaban empleados en el ladrillo y llaman ahora a las puertas del campo. Aquí al menos eso sucede, lo puedo corroborar”.
¿Una estratagema de los patronos decir que hay más empleados para así tirar a la baja los salarios? No. El secretario provincial de la Federación Agroalimentaria de UGT, Francisco López, asegura incluso que las prestaciones por desempleo están amortiguando un retorno más grande de obreros al campo. Y una vez que éstas comiencen a agotarse, explica, será cuando realmente se calibre la capacidad de absorción laboral de la agricultura sevillana.
¿Y la tiene? “Al menos en Sevilla, sí”, responde López. De hecho, argumenta, ésta es la única de las grandes provincias agrarias de España que carece de contingente de mano de obra extranjera contratada en origen para el campo. “Y por eso [los sindicatos] siempre nos opusimos a ese contingente, porque pensamos que hay trabajadores suficientes”.
Rapidez. “La cascada se ha producido en muy poco tiempo”. Felipe Gayoso es responsable de los temas laborales en Asaja. “En los últimos años, sobre mi cabeza recaían las quejas de los empresarios, en especial de patatas, cítricos, melocotón y aceituna de mesa, porque no encontraban trabajadores. Estamos a finales de mayo y le puedo asegurar que en 2008 no he sufrido tal presión”.
Gayoso, asimismo, se remonta a la reciente huelga en la recogida del melocotón –convocada por CCOO y UGT en demanda de mejoras en el convenio colectivo del campo sevillano– a la hora de encontrar la que es, en su opinión, una de las claves de este retorno de obreros al agro. “Cuando los alcaldes de La Vega lanzaron su comunicado instando a la resolución del conflicto laboral, estaban constatando un grave daño para el empleo, pues cada vez hay más paro en sus pueblos debido a la crisis inmobiliaria y a la menor demanda para la hostelería. ¿Y esa gente irá a la industria?” “A la industria, no. Más bien al verdeo [la recolección de la aceituna de mesa, que comienza en septiembre]”, matiza, por su parte, el dirigente ugetista.
Uno de los líderes más activos de CCOO en la zona de La Vega es Carmelo Acuña. Sobre el desembarco de albañiles en la recogida del melocotón decía, durante los días de la huelga, que comenzaba a notarse, aunque matizaba que este sector, y sobre todo en las grandes compañías, los eventuales son “muy fieles” y, no en vano, resaltaba el que no hubiera trabajadores inmigrantes en el tajo.
“¿Que si los hay? Si hasta a mí me llaman directamente para pedir trabajo, afirma Carlo Román, gerente de la empresa Macondo. “A mi generación [tiene 28 años] no le gusta el campo, pero ahora es lo que hay, y las hipotecas, además, hay que pagarlas, ¿no?”
Villamanrique de la Condesa, bar en los aledaños de la Plaza de España, donde, a eso del mediodía, paran albañiles y jornaleros. Surge la conversación. “En este pueblo, y con tantas obras, haberlos, los hay, pero aún son pocos”. Tinto en mano, un cliente. “Irse del campo a la construcción vale, pero al revés...”
“Claro. Es fácil pasar de lo malo a lo bueno, aunque no de lo bueno a lo malo”. Sentencia de Francisco Escalona. “Por eso es el último recurso al que acuden los obreros que se quedan sin trabajo”, matiza el sindicalista Francisco López.
Mientras quita terrones a las papas –las manos se ensucian, más que en las obras–, Juan Antonio Martín reflexiona en voz alta y ante su mujer, cuñadas y sobrino, e incluso ante su empresario, que es Carlo Román. “No me gusta la agricultura. Si estoy aquí es porque no tengo más remedio. Me gustaría volver a la construcción. Ése es mi oficio, no éste”.
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