FOTO: sevilla.org
CORREO DE ANDALUCÍA (21/01/09)
La Policía desaloja a un rumano
de una chabola de Santa Justa
C. Rengel
Julian llevaba cinco años escondido en los Jardines de la Calzada. Desde hace uno, el Ayuntamiento trataba de convencerlo casi a diario para que se marchara bajo techo, a un centro de acogida, a ganar el calor, el alimento y la dignidad arrebatados por una vida cainita. Y al fin lo han conseguido. Ahora le toca a él decidir su futuro.
Ha costado mucho convencerlo. Muchísimo. La Policía Local y los trabajadores de Bienestar Social se pasaban los días visitando a Julian, un rumano de 52 años que malvivía en los jardines situados frente a Santa Justa, junto a las vías del tren. Decía que, tras tantos años allí, había construido una casa “muy buena”, hecha con esfuerzo, somieres y vallas de obra. Que aquel era su hogar. Y que, si se marchaba, ya no podría cuidar las plantas del parque. La obligación municipal es eliminar las chabolas, pero lo que no podían hacer era meter la pala sin más. Allí había un hombre con el que negociar. Y eso han hecho.
Paciencia le ha echado Enrique Ternero, intendente de la Policía Local en Nervión, que ha llevado personalmente el caso. “Su miedo era a marcharse, que tiráramos la chabola y que a los pocos días estuviera en la calle, porque ya no se pudiera quedar más tiempo en el albergue. No quería verse sin nada”, relata. La violencia, brutal e inesperada, hizo que las cosas cambiaran: un grupo de rumanos prendió fuego a la casa y después, en dos ocasiones, matones gitanos y rusos han pegado sendas palizas al hombre. Así le quitaron a su perro y su caja de herramientas. El miedo a un nuevo ataque y la insistencia de los municipales han llevado a Julian a dejar la calle.
Eso sí, ha sido después de que el Ayuntamiento le haya encontrado plaza en un centro concertado en el que podrá residir siempre y cuando se adapte a sus horarios, ayude en las tareas diarias y participe en los talleres. Con su boca desdentada sonríe y dice que sí, que claro que lo cumplirá. Que le será difícil, pero que lo intentará. En su mano está ahora mantenerse allí, volver a la calle o regresar a Francia. “Nosotros hemos buscado soluciones”, resume Ternero.
Mientras entraba en el centro, los operarios de Lipasam, el Zoosanitario y Parques y Jardines tiraban abajo su chabola. Dos cubas de tres metros cúbicos y dos de cinco salieron repletas de hierros y colchones. En horas, el equipo coordinado por el capataz Agustín López había borrado el rastro de Julian. Aunque no todo: sus ficus, sus palmitos y sus adelfas, han quedado en los jardines, como rogó antes de irse.
Julián es el ejemplo de que a cualquiera la vida se la puede jugar, que vivir en la calle sólo depende de un par de casualidades mal dadas, que no hay que ser “un vicioso o un drogadicto” para acabar entre cartones. Salió a pie de Rumanía, tras pasar tres años como preso político encarcelado por el régimen comunista. Emigró a Francia, donde logró la nacionalidad al ser refugiado y allí trabajó como encofrador de una potente empresa de electricidad e informática. Era un obrero cualificado, con un sueldo digno. Tenía mujer e hija.
Un día tuvo un accidente laboral y quedó en coma durante dos meses. Cuando despertó, su esposa ya había planificado su futuro con el seguro de vida del desahuciado. Lo abandonó. Julian siguió en Francia, solo, “sin fuerzas”. Vino a España de vacaciones, a la sierra de Jaén, y salió a dar un paseo con su coche mientras sus amigos dormían. Dice que no sabe lo que se le pasó por la cabeza, sólo que no deseaba regresar a su país. “Y me quedé en España”.
Eso fue cinco años atrás. Desde entonces ha consumido sus ahorros, se han ido consumiendo sus huesos frágiles y reumáticos. Desde entonces vive en Sevilla, en la calle, sin recibir ni la paga del Gobierno francés que le corresponde por invalidez porque el incendio de su casa acabó con su documentación. Si decide quedarse en el centro, será la Subdelegación del Gobierno la que comenzará el trámite para recuperar lo perdido.
Ávido lector, que busca periódicos viejos, se bebe los gratuitos y tiene una incrédula fe en Barack Obama, Julian afirma cabizbajo que “tenía que ceder ya” ante la mano tendida del Consistorio. Para ello se aplica una anécdota napoleónica: “Dicen que el Emperador, en la guerra con los ingleses, veía mal la batalla y le pidió al corneta que tocase la retirada. Pero el chaval le dijo que sólo llevaba tres semanas en el ejército y sólo sabía tocar adelante. “Pues adelante”, le dijo Napoleón. Y ganaron la batalla”. Pues adelante, se dice para convencerse. Sabe que la batalla más complicada es con sí mismo.
Ha costado mucho convencerlo. Muchísimo. La Policía Local y los trabajadores de Bienestar Social se pasaban los días visitando a Julian, un rumano de 52 años que malvivía en los jardines situados frente a Santa Justa, junto a las vías del tren. Decía que, tras tantos años allí, había construido una casa “muy buena”, hecha con esfuerzo, somieres y vallas de obra. Que aquel era su hogar. Y que, si se marchaba, ya no podría cuidar las plantas del parque. La obligación municipal es eliminar las chabolas, pero lo que no podían hacer era meter la pala sin más. Allí había un hombre con el que negociar. Y eso han hecho.
Paciencia le ha echado Enrique Ternero, intendente de la Policía Local en Nervión, que ha llevado personalmente el caso. “Su miedo era a marcharse, que tiráramos la chabola y que a los pocos días estuviera en la calle, porque ya no se pudiera quedar más tiempo en el albergue. No quería verse sin nada”, relata. La violencia, brutal e inesperada, hizo que las cosas cambiaran: un grupo de rumanos prendió fuego a la casa y después, en dos ocasiones, matones gitanos y rusos han pegado sendas palizas al hombre. Así le quitaron a su perro y su caja de herramientas. El miedo a un nuevo ataque y la insistencia de los municipales han llevado a Julian a dejar la calle.
Eso sí, ha sido después de que el Ayuntamiento le haya encontrado plaza en un centro concertado en el que podrá residir siempre y cuando se adapte a sus horarios, ayude en las tareas diarias y participe en los talleres. Con su boca desdentada sonríe y dice que sí, que claro que lo cumplirá. Que le será difícil, pero que lo intentará. En su mano está ahora mantenerse allí, volver a la calle o regresar a Francia. “Nosotros hemos buscado soluciones”, resume Ternero.
Mientras entraba en el centro, los operarios de Lipasam, el Zoosanitario y Parques y Jardines tiraban abajo su chabola. Dos cubas de tres metros cúbicos y dos de cinco salieron repletas de hierros y colchones. En horas, el equipo coordinado por el capataz Agustín López había borrado el rastro de Julian. Aunque no todo: sus ficus, sus palmitos y sus adelfas, han quedado en los jardines, como rogó antes de irse.
Julián es el ejemplo de que a cualquiera la vida se la puede jugar, que vivir en la calle sólo depende de un par de casualidades mal dadas, que no hay que ser “un vicioso o un drogadicto” para acabar entre cartones. Salió a pie de Rumanía, tras pasar tres años como preso político encarcelado por el régimen comunista. Emigró a Francia, donde logró la nacionalidad al ser refugiado y allí trabajó como encofrador de una potente empresa de electricidad e informática. Era un obrero cualificado, con un sueldo digno. Tenía mujer e hija.
Un día tuvo un accidente laboral y quedó en coma durante dos meses. Cuando despertó, su esposa ya había planificado su futuro con el seguro de vida del desahuciado. Lo abandonó. Julian siguió en Francia, solo, “sin fuerzas”. Vino a España de vacaciones, a la sierra de Jaén, y salió a dar un paseo con su coche mientras sus amigos dormían. Dice que no sabe lo que se le pasó por la cabeza, sólo que no deseaba regresar a su país. “Y me quedé en España”.
Eso fue cinco años atrás. Desde entonces ha consumido sus ahorros, se han ido consumiendo sus huesos frágiles y reumáticos. Desde entonces vive en Sevilla, en la calle, sin recibir ni la paga del Gobierno francés que le corresponde por invalidez porque el incendio de su casa acabó con su documentación. Si decide quedarse en el centro, será la Subdelegación del Gobierno la que comenzará el trámite para recuperar lo perdido.
Ávido lector, que busca periódicos viejos, se bebe los gratuitos y tiene una incrédula fe en Barack Obama, Julian afirma cabizbajo que “tenía que ceder ya” ante la mano tendida del Consistorio. Para ello se aplica una anécdota napoleónica: “Dicen que el Emperador, en la guerra con los ingleses, veía mal la batalla y le pidió al corneta que tocase la retirada. Pero el chaval le dijo que sólo llevaba tres semanas en el ejército y sólo sabía tocar adelante. “Pues adelante”, le dijo Napoleón. Y ganaron la batalla”. Pues adelante, se dice para convencerse. Sabe que la batalla más complicada es con sí mismo.
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