CORREO DE ANDALUCÍA (16/01/09 ) - CARMEN RENGEL
En un escaparate de Doctor Fedriani gritan unas letras trocadas en llamas: “La calle nunca fue tan dura”, dice la enésima versión de Street Fighter, un videojuego de puñetazos y mandobles. Sus creadores no tienen ni idea. La dureza verdadera no está en las peleas de muñequitos de diseño, sino en lograr comida, techo y calor cuando el termómetro marca -2.
Para aliviar la angustia de los sin techo, de los desheredados, las delegaciones de Convivencia y Seguridad y Bienestar Social y Cooperación han puesto en marcha un plan de acción que cada día, desde el 1 de enero, atiende a 150 personas. Unas son derivadas al albergue (53 de media), otras al centro de baja exigencia (23), otras a las camas de emergencia (40), y otras se tratan en la calle (20). Policía Local, trabajadores sociales, Bomberos y sanitarios trabajan para derretir la frialdad de las calles. “Son unos ángeles”, como dice Mariana. Lo que sigue es el relato de su trabajo.
21.05 horas. Un billete de regreso. Una vigilancia de meses en San Jerónimo mantiene a raya los asentamientos de rumanos, puntuales tras el desmantelamiento masivo del verano de 2007, pero también reiterados (hasta nueve veces ha intervenido el Consistorio). Laura y Nacho, trabajadores sociales de la Fundación RAIS al servicio del Cecop Social, acuden a la ribera del río donde, entre plásticos y juguetes mutilados, trata de calentarse una pareja de rumanos. Hace días les trasladaron que hoy desmantelarían sus chabolas, que tenían que irse de allí. La mujer tenía solución: había logrado un billete para su país. Su marido no.
Iluminando el camino embarrado –piedras, alambres, cascotes–, los jóvenes se presentan como amigos, cercanos, y ofrecen ayuda. El extranjero atiende con su español rudimentario, pero logra entender el titular de su noticia: también a él le han conseguido un billete de vuelta gracias a la colaboración del Ayuntamiento y una ONG. No hacían falta luces para adivinar su sonrisa. “Yo ir a mi país, yo quiero”, repetía invitando a los chavales a arrimarse al fuego.
22.15 horas. Listos para dormir. En el centro de baja exigencia bajo el Puente de la Barqueta los sin techo se preparan para dormir. Son las normas. Allí descansarán los hasta 26 afortunados que logren plaza. Como Domingo y Mariana, de 48 y 45 años, de San Fernando (Cádiz), que vinieron a Sevilla porque a él le prometieron un trabajo que no llegó. Sin familia, sin ayuda, sin poder regresar a casa por problemas de vivienda, se vieron en la calle.
Rescatados cuando dormían al raso a las dos de la mañana, ahora lucen limpios, serenos, y hasta ríen. Paco, su monitor, está enviando sus currículos para que encuentren empleo y los ha empadronado. “Antes estábamos en el Puente de Triana. Aquí comemos, hay cama limpia y descansamos. Eso me ha devuelto la dignidad y la ilusión para encontrar un trabajo. No tenía ganas de pelear y ahora me comería lo que fuera, una obra, el campo, lo que sea”, relata Domingo, arropado por los que hoy son, dice, su “verdadera familia”.
El 95% de las personas que acuden al centro carece de adicciones. Son gente que se ha quedado sin trabajo y que necesita dónde comer y dormir para ir a la caza de un empleo al día siguiente.
23.20 horas. Curro cena caliente. El Cecop Social recibe un aviso de Cáritas, con quien trabaja codo con codo. Un anciano duerme en una sucursal bancaria frente a las Urgencias del Macarena. Es Curro, 74 años, de Villamartín (Cádiz), con casa en Guillena pero sin techo por una pelea con uno de sus cinco hijos. Hace un año que va de la acera al albergue, acompañado a veces de una chica a la que ayuda con su pequeña paga y de la que hace días que no sabe.
¿Por qué sigue en la calle si tiene para un hostal? Rumia la respuesta. “Estoy buscando... a Pilar”. Como esta noche no la ha encontrado, accede a la invitación. “Vámonos a cenar caliente, Curro”, dice Laura. A los 10 minutos, en el antiguo hogar San Fernando, el albergue municipal, se calienta las manos con un tazón de sopa. Y sonríe... “Creo que voy a dejarme ayudar”, confiesa en la despedida.
23.50 horas. A por mantas limpias. En la puerta del albergue su director, José Antonio Hernández Mondragón, ayuda a tres hombres –Antonio, Enrique y Rafael– a levantar su campamento. Estaban en la puerta, acurrucados en mantas y cartones, a ver si había plazas. Uno de ellos se hacía el remolón, algo somnoliento por el vino barato, pero sus compañeros lo animaron. “Venga, que hay mantas limpias, y duchas y todo”, le decían tirando de las cajas. Los trabajadores sociales recogen sus pertenencias y la Policía, la patrulla formada por Juan María y Antonio, les ayuda con los cartones. “Entre todos limpiamos antes”. Las cajas quedan apiladas y en orden, listas para reciclar.
1.05 horas. La cerrazón imposible. Un vecino llama al 112 alertando de la presencia de un anciano que dormía al raso en Menéndez y Pelayo. Cuando, tras cinco avisos, el hombre despierta, también lo hace su cólera. Rechaza toda ayuda, insulta a los trabajadores, golpea el muro sobre el que se tumba. “Sólo quiero paz, que me dejen en paz”. Rechaza un albergue, se irrita si avisan a su familia, no quiere ni ver el kit de emergencia para casos desesperados. “No todo nos sale bien”, reconoce cariacontecido Juan.
2.20 horas. La desgracia conjurada. Manuel y Miriam dan el relevo a Laura y Nacho y la comitiva retoma su ronda. Visita a un habitual, un extranjero que insiste en vivir en la calle pese a su reúma, albañil que estuvo en coma por un accidente laboral, abandonado por su esposa al despertar, emigrado doble y víctima de dos incendios en su chabola y de innumerables robos. Educado rechaza los sacos de dormir, servicial ofrece su casa, amistoso promete pensarse ir con las monjas. “Había que intentarlo”, concluye Manuel. Y así hasta las ocho de la mañana...
Para aliviar la angustia de los sin techo, de los desheredados, las delegaciones de Convivencia y Seguridad y Bienestar Social y Cooperación han puesto en marcha un plan de acción que cada día, desde el 1 de enero, atiende a 150 personas. Unas son derivadas al albergue (53 de media), otras al centro de baja exigencia (23), otras a las camas de emergencia (40), y otras se tratan en la calle (20). Policía Local, trabajadores sociales, Bomberos y sanitarios trabajan para derretir la frialdad de las calles. “Son unos ángeles”, como dice Mariana. Lo que sigue es el relato de su trabajo.
21.05 horas. Un billete de regreso. Una vigilancia de meses en San Jerónimo mantiene a raya los asentamientos de rumanos, puntuales tras el desmantelamiento masivo del verano de 2007, pero también reiterados (hasta nueve veces ha intervenido el Consistorio). Laura y Nacho, trabajadores sociales de la Fundación RAIS al servicio del Cecop Social, acuden a la ribera del río donde, entre plásticos y juguetes mutilados, trata de calentarse una pareja de rumanos. Hace días les trasladaron que hoy desmantelarían sus chabolas, que tenían que irse de allí. La mujer tenía solución: había logrado un billete para su país. Su marido no.
Iluminando el camino embarrado –piedras, alambres, cascotes–, los jóvenes se presentan como amigos, cercanos, y ofrecen ayuda. El extranjero atiende con su español rudimentario, pero logra entender el titular de su noticia: también a él le han conseguido un billete de vuelta gracias a la colaboración del Ayuntamiento y una ONG. No hacían falta luces para adivinar su sonrisa. “Yo ir a mi país, yo quiero”, repetía invitando a los chavales a arrimarse al fuego.
22.15 horas. Listos para dormir. En el centro de baja exigencia bajo el Puente de la Barqueta los sin techo se preparan para dormir. Son las normas. Allí descansarán los hasta 26 afortunados que logren plaza. Como Domingo y Mariana, de 48 y 45 años, de San Fernando (Cádiz), que vinieron a Sevilla porque a él le prometieron un trabajo que no llegó. Sin familia, sin ayuda, sin poder regresar a casa por problemas de vivienda, se vieron en la calle.
Rescatados cuando dormían al raso a las dos de la mañana, ahora lucen limpios, serenos, y hasta ríen. Paco, su monitor, está enviando sus currículos para que encuentren empleo y los ha empadronado. “Antes estábamos en el Puente de Triana. Aquí comemos, hay cama limpia y descansamos. Eso me ha devuelto la dignidad y la ilusión para encontrar un trabajo. No tenía ganas de pelear y ahora me comería lo que fuera, una obra, el campo, lo que sea”, relata Domingo, arropado por los que hoy son, dice, su “verdadera familia”.
El 95% de las personas que acuden al centro carece de adicciones. Son gente que se ha quedado sin trabajo y que necesita dónde comer y dormir para ir a la caza de un empleo al día siguiente.
23.20 horas. Curro cena caliente. El Cecop Social recibe un aviso de Cáritas, con quien trabaja codo con codo. Un anciano duerme en una sucursal bancaria frente a las Urgencias del Macarena. Es Curro, 74 años, de Villamartín (Cádiz), con casa en Guillena pero sin techo por una pelea con uno de sus cinco hijos. Hace un año que va de la acera al albergue, acompañado a veces de una chica a la que ayuda con su pequeña paga y de la que hace días que no sabe.
¿Por qué sigue en la calle si tiene para un hostal? Rumia la respuesta. “Estoy buscando... a Pilar”. Como esta noche no la ha encontrado, accede a la invitación. “Vámonos a cenar caliente, Curro”, dice Laura. A los 10 minutos, en el antiguo hogar San Fernando, el albergue municipal, se calienta las manos con un tazón de sopa. Y sonríe... “Creo que voy a dejarme ayudar”, confiesa en la despedida.
23.50 horas. A por mantas limpias. En la puerta del albergue su director, José Antonio Hernández Mondragón, ayuda a tres hombres –Antonio, Enrique y Rafael– a levantar su campamento. Estaban en la puerta, acurrucados en mantas y cartones, a ver si había plazas. Uno de ellos se hacía el remolón, algo somnoliento por el vino barato, pero sus compañeros lo animaron. “Venga, que hay mantas limpias, y duchas y todo”, le decían tirando de las cajas. Los trabajadores sociales recogen sus pertenencias y la Policía, la patrulla formada por Juan María y Antonio, les ayuda con los cartones. “Entre todos limpiamos antes”. Las cajas quedan apiladas y en orden, listas para reciclar.
1.05 horas. La cerrazón imposible. Un vecino llama al 112 alertando de la presencia de un anciano que dormía al raso en Menéndez y Pelayo. Cuando, tras cinco avisos, el hombre despierta, también lo hace su cólera. Rechaza toda ayuda, insulta a los trabajadores, golpea el muro sobre el que se tumba. “Sólo quiero paz, que me dejen en paz”. Rechaza un albergue, se irrita si avisan a su familia, no quiere ni ver el kit de emergencia para casos desesperados. “No todo nos sale bien”, reconoce cariacontecido Juan.
2.20 horas. La desgracia conjurada. Manuel y Miriam dan el relevo a Laura y Nacho y la comitiva retoma su ronda. Visita a un habitual, un extranjero que insiste en vivir en la calle pese a su reúma, albañil que estuvo en coma por un accidente laboral, abandonado por su esposa al despertar, emigrado doble y víctima de dos incendios en su chabola y de innumerables robos. Educado rechaza los sacos de dormir, servicial ofrece su casa, amistoso promete pensarse ir con las monjas. “Había que intentarlo”, concluye Manuel. Y así hasta las ocho de la mañana...