Acompaño a Valle y Jorge Morillo en un recorrido por el asentamiento gitano alrededor del puente viejo de San Juan de Aznalfarache. Jorge, con su personalísimo magisterio, nos advierte que sólo vamos a intentar conocer la dimensión de la situación en la que viven una docena de familias. "No se les puede crear falsas expectativas. Es inmoral prometerles algo que no estés dispuesto a cumplir", sentencia.
Primero. Una solitaria chabola. Nos recibe Francisco, su familia y la de su hermano. Nos recuerda que, a pesar de vivir en medio de la nada, carecen de derecho alguno sobre el suelo que pisan. "La policía puede llegar cualquier mañana y desalojarnos. No podríamos oponernos". Los numerosos carteles del Ministerio de Fomento que cuelgan sobre los pasos elevados de la autopista así lo constatan.
No puedes evitar fijarte en la cantidad de niños que hay. Y en sus madres, apenas adolescentes. Francisco nos revela un hecho inquietante. Cada vez tienen más problemas para ganarse la vida. Tradicionalmente, los gitanos negocian con chatarra. Y la transportan en destartaladas furgonetas, que conducen sin permiso de circulación. Sin embargo, la nueva normativa de tráfico ha endurecido las penas. Antes apechugaban con las multas, pero desde hace unas semanas, pueden ir a la cárcel. La mayoría no sabe leer ni dispone de medios para costearse una autoescuela. Francisco ha tenido que recurrir a un carro de mano, con el que cruza peligrosamente la carretera todos los días. La alternativa es dejar de comer, dice con resignación.
Segundo. Un grupo de infraviviendas abrigadas entre pilares de hormigón. Cae la tarde, una niña de un par de años corretea entre famélicos galgos. Gus trae su cámara y Jorge le confiesa que su sueño es que todas la familias tengan su propia foto. Ellos posan encantados. Después, como cada tarde, Jorge les invita a merendar.
Tercero. Alejandro, su mujer Antonia y sus 4 hijos. Huyeron de Cartagena, donde les habían otorgado una vivienda social, para alejar a su hija de 12 años de un matrimonio a la fuerza. Milagrosamente, obtuvo una dispensa de Tráfico para asentarse allí. Su caso resulta especialmente hiriente. Desde que no pueden usar su vehículo, no sólo menguan sus ingresos, sino que sus tres hijas mayores han tenido que renunciar a la escolarización. Llevan casi dos meses sin ir a clase. Alejandro se muestra sorprendido de que los centros educativos no hayan reclamado su presencia. Antonia, la madre, intentó que el autobús recogiese al menos a Irene, discapacitada psíquica. Pero ni esas. La ley les pesa un poco más.
¿Soluciones? La vuelta al cole es lo más urgente. La única forma de que estos niños, y sobre todo las niñas, puedan integrarse en la sociedad que les rodea, pasa ineludiblemente por completar la educación primaria.
El carnet. Jorge ha anotado en una lista el nombre de aquellos interesados en recibir algún tipo de formación para el examen de conducir. Los clasifica según su nivel de lectura. Curiosamente, las madres son las más instruidas. Nos comprometemos a recabar información sobre cómo abordar este reto.
Primero. Una solitaria chabola. Nos recibe Francisco, su familia y la de su hermano. Nos recuerda que, a pesar de vivir en medio de la nada, carecen de derecho alguno sobre el suelo que pisan. "La policía puede llegar cualquier mañana y desalojarnos. No podríamos oponernos". Los numerosos carteles del Ministerio de Fomento que cuelgan sobre los pasos elevados de la autopista así lo constatan.
No puedes evitar fijarte en la cantidad de niños que hay. Y en sus madres, apenas adolescentes. Francisco nos revela un hecho inquietante. Cada vez tienen más problemas para ganarse la vida. Tradicionalmente, los gitanos negocian con chatarra. Y la transportan en destartaladas furgonetas, que conducen sin permiso de circulación. Sin embargo, la nueva normativa de tráfico ha endurecido las penas. Antes apechugaban con las multas, pero desde hace unas semanas, pueden ir a la cárcel. La mayoría no sabe leer ni dispone de medios para costearse una autoescuela. Francisco ha tenido que recurrir a un carro de mano, con el que cruza peligrosamente la carretera todos los días. La alternativa es dejar de comer, dice con resignación.
Segundo. Un grupo de infraviviendas abrigadas entre pilares de hormigón. Cae la tarde, una niña de un par de años corretea entre famélicos galgos. Gus trae su cámara y Jorge le confiesa que su sueño es que todas la familias tengan su propia foto. Ellos posan encantados. Después, como cada tarde, Jorge les invita a merendar.
Tercero. Alejandro, su mujer Antonia y sus 4 hijos. Huyeron de Cartagena, donde les habían otorgado una vivienda social, para alejar a su hija de 12 años de un matrimonio a la fuerza. Milagrosamente, obtuvo una dispensa de Tráfico para asentarse allí. Su caso resulta especialmente hiriente. Desde que no pueden usar su vehículo, no sólo menguan sus ingresos, sino que sus tres hijas mayores han tenido que renunciar a la escolarización. Llevan casi dos meses sin ir a clase. Alejandro se muestra sorprendido de que los centros educativos no hayan reclamado su presencia. Antonia, la madre, intentó que el autobús recogiese al menos a Irene, discapacitada psíquica. Pero ni esas. La ley les pesa un poco más.
¿Soluciones? La vuelta al cole es lo más urgente. La única forma de que estos niños, y sobre todo las niñas, puedan integrarse en la sociedad que les rodea, pasa ineludiblemente por completar la educación primaria.
El carnet. Jorge ha anotado en una lista el nombre de aquellos interesados en recibir algún tipo de formación para el examen de conducir. Los clasifica según su nivel de lectura. Curiosamente, las madres son las más instruidas. Nos comprometemos a recabar información sobre cómo abordar este reto.
3 Comentarios:
Es una pena que siga habiendo personas que piensen que estas personas tienen menos derechos que otras por no tener trabajo, ser gitano, vivir debajo de un puente... o todo junto.
Verdaderamente, la visita no la olvidaremos jamás. ¡ Qué indefensión!¡ Qué injusticias! es increible que los ñiños se hagan personas mayores en esas condiciones. Yo destaría la inmensa calidad humana de las familias que nos recibieron a cambio de nada, confiaron en nosotros para dejarse fotografiar, las hermanas del tercer caso que mandaban a callar a su hermano pequeño porque estábamos hablando...Valle
A mí también me impresionó mucho lo que viví ayer... Como dice Pedro Guerra, debajo del puente del río hay un mundo de gente, debajo del puente, del río. Comparto con Valle el calor humano recibido...
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