ARGUMENTO
Un niño de 5 años vive en un asentamiento chabolista con sus padres. La familia tendrá que desalojar la zona donde próximamente se construirá un gran bloque de pisos.
Su familia será la última en abandonar la zona, puesto que sus vecinos se van a marchar. Una vez se han ido, el niño descubre una regadera olvidada en el traslado de los antiguos compañeros.
A varios metros de su chabola, en un amplio y desértico descampado, hay un viejo manzano seco que sólo conserva una rama en flor. El chico decide comenzar a regarlo.
El niño vive al margen de lo que ocurre. Mientras sus padres se ocupan por recoger las pocas pertenencias que tienen, ante el inminente desalojo, el hijo piensa exclusivamente en su manzano.
La única tubería de agua del asentamiento está estropeada, por lo que el niño debe dar un largo paseo hasta una fuente cada vez que quiere regar su árbol. Un día decide detenerse en el camino y entonces un coche que pasaba a gran velocidad destroza su regadera.
Cuando llega a su chabola, con los pocos trozos que quedan de su regadera, ve que sus padres esperan fuera de la casa. Ambos contemplan como una excavadora derriba su antigua vivienda. Mientras, una máquina taladradora de gran tamaño ha comenzado a cavar el terreno. La máquina rompe una tubería de paso y un gran chorro de agua sale mojando el manzano.
A partir de este momento, la magia hará el resto…
EL CORREO DE ANDALUCÍA (01/07/08)
Arahal se pasea por el mundo
Ismael G. Cabral
Una de las pequeñas grandes sorpresas que la cinematografía andaluza ha dado en los últimos meses proviene del terreno del cortometraje. El arbol seco, rodado en Arahal, primer proyecto de Olmo Figueredo y Manuel Hidalgo, pasea por el mundo una emotiva historia sin palabras.
Justo hace un año, en plena canícula de julio, la vecina localidad de Sanlúcar La Mayor acogía unas intensas sesiones de grabación. Allí, la Orquesta del Aljarafe se afanaba en interpretar la potente composición que el compositor José Francisco Ortuño había creado para un corto que todavía no había salido de la mesa de montaje.
Apenas 365 días después, El árbol seco, primer hijo creativo de los productores sevillanos que integran La claqueta metálica, ya ha conseguido amortizar el esfuerzo y los billetes invertidos –el corto costó 32.000 euros–. En apenas cuatro meses, el cortometraje “no ha hecho más que empezar su vida comercial”, según cuenta Olmo Figueredo.
Tras estrenarse en enero en los cines Nervión Plaza, la nómina de ciudades y festivales que lo han visto pasan por Málaga, Madrid, Lisboa, Cannes, Rotterdam, Valencia –dentro del prestigioso CinemaJove– y, el mes próximo, Los Ángeles. “Los cortometrajes tienen una trayectoria mucho más larga de lo que parece”, asevera Olmo. Especialmente cuando, tras verse en un festival, el éxito avala que se frague una cadena de solicitudes para ser emitido.
No obstante, y a pesar del excelente camino que está recorriendo El árbol seco, la esperanza de sus realizadores es que Canal Sur adquiera el trabajo para difundirlo en antena: “Nos da igual a la hora que las cadenas pongan los cortos, lo importante es que los emitan, ya el espectador interesado sabrá encontrarlos en la parilla”, afirma el responsable, quien no oculta que tanto él como Manuel Hidalgo ya tienen redactado el guión del que será su primer largometraje, un nuevo proyecto que, asegurán, podrá ver la luz en el plazo de unos cinco años.
Hasta que eso suceda, El árbol seco permanecerá como uno de los más felices hallazgos de la pantalla. Rodado íntegramente en la vecina localidad de Arahal, el corto cuenta la historia de un niño de cinco años que vive con sus padres en un asentamiento chabolista que próximamente será desalojado. El chico descubre entonces un árbol seco cerca de su vivienda, y en su intento por devolverle la vida, consigue evadirse de la dramática realidad que rodea a su familia.
Según Olmo, “en un tiempo dominado por la mirada adulta, queríamos proponer una visión distinta, infantil, soñadora”. Por eso, El árbol seco es también “una historia sin palabras”, contada sólo a través de las imágenes y la música, una banda sonora en la que también participa, en los créditos finales, el renombrado David Peña Dorantes.
Con un final adscrito a la fantasía, Olmo y Manuel tienen en sus manos un cortometraje “alegre y positivo” que enseña a sentir cómo “en nuestra vida cotidiana existen cosas a las que no les prestamos atención y que también merecerían nuestros cuidados”. Con un futuro prometedor, El árbol seco renacerá en su páramo y demostrará las sanas raíces del cine andaluz.
Su familia será la última en abandonar la zona, puesto que sus vecinos se van a marchar. Una vez se han ido, el niño descubre una regadera olvidada en el traslado de los antiguos compañeros.
A varios metros de su chabola, en un amplio y desértico descampado, hay un viejo manzano seco que sólo conserva una rama en flor. El chico decide comenzar a regarlo.
El niño vive al margen de lo que ocurre. Mientras sus padres se ocupan por recoger las pocas pertenencias que tienen, ante el inminente desalojo, el hijo piensa exclusivamente en su manzano.
La única tubería de agua del asentamiento está estropeada, por lo que el niño debe dar un largo paseo hasta una fuente cada vez que quiere regar su árbol. Un día decide detenerse en el camino y entonces un coche que pasaba a gran velocidad destroza su regadera.
Cuando llega a su chabola, con los pocos trozos que quedan de su regadera, ve que sus padres esperan fuera de la casa. Ambos contemplan como una excavadora derriba su antigua vivienda. Mientras, una máquina taladradora de gran tamaño ha comenzado a cavar el terreno. La máquina rompe una tubería de paso y un gran chorro de agua sale mojando el manzano.
A partir de este momento, la magia hará el resto…
EL CORREO DE ANDALUCÍA (01/07/08)
Arahal se pasea por el mundo
Ismael G. Cabral
Una de las pequeñas grandes sorpresas que la cinematografía andaluza ha dado en los últimos meses proviene del terreno del cortometraje. El arbol seco, rodado en Arahal, primer proyecto de Olmo Figueredo y Manuel Hidalgo, pasea por el mundo una emotiva historia sin palabras.
Justo hace un año, en plena canícula de julio, la vecina localidad de Sanlúcar La Mayor acogía unas intensas sesiones de grabación. Allí, la Orquesta del Aljarafe se afanaba en interpretar la potente composición que el compositor José Francisco Ortuño había creado para un corto que todavía no había salido de la mesa de montaje.
Apenas 365 días después, El árbol seco, primer hijo creativo de los productores sevillanos que integran La claqueta metálica, ya ha conseguido amortizar el esfuerzo y los billetes invertidos –el corto costó 32.000 euros–. En apenas cuatro meses, el cortometraje “no ha hecho más que empezar su vida comercial”, según cuenta Olmo Figueredo.
Tras estrenarse en enero en los cines Nervión Plaza, la nómina de ciudades y festivales que lo han visto pasan por Málaga, Madrid, Lisboa, Cannes, Rotterdam, Valencia –dentro del prestigioso CinemaJove– y, el mes próximo, Los Ángeles. “Los cortometrajes tienen una trayectoria mucho más larga de lo que parece”, asevera Olmo. Especialmente cuando, tras verse en un festival, el éxito avala que se frague una cadena de solicitudes para ser emitido.
No obstante, y a pesar del excelente camino que está recorriendo El árbol seco, la esperanza de sus realizadores es que Canal Sur adquiera el trabajo para difundirlo en antena: “Nos da igual a la hora que las cadenas pongan los cortos, lo importante es que los emitan, ya el espectador interesado sabrá encontrarlos en la parilla”, afirma el responsable, quien no oculta que tanto él como Manuel Hidalgo ya tienen redactado el guión del que será su primer largometraje, un nuevo proyecto que, asegurán, podrá ver la luz en el plazo de unos cinco años.
Hasta que eso suceda, El árbol seco permanecerá como uno de los más felices hallazgos de la pantalla. Rodado íntegramente en la vecina localidad de Arahal, el corto cuenta la historia de un niño de cinco años que vive con sus padres en un asentamiento chabolista que próximamente será desalojado. El chico descubre entonces un árbol seco cerca de su vivienda, y en su intento por devolverle la vida, consigue evadirse de la dramática realidad que rodea a su familia.
Según Olmo, “en un tiempo dominado por la mirada adulta, queríamos proponer una visión distinta, infantil, soñadora”. Por eso, El árbol seco es también “una historia sin palabras”, contada sólo a través de las imágenes y la música, una banda sonora en la que también participa, en los créditos finales, el renombrado David Peña Dorantes.
Con un final adscrito a la fantasía, Olmo y Manuel tienen en sus manos un cortometraje “alegre y positivo” que enseña a sentir cómo “en nuestra vida cotidiana existen cosas a las que no les prestamos atención y que también merecerían nuestros cuidados”. Con un futuro prometedor, El árbol seco renacerá en su páramo y demostrará las sanas raíces del cine andaluz.
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