Más musulmanas con velo
¿Porque quieren?
El pañuelo islámico, que critica la ministra Aído, gana presencia en la juventud - Por tradición, pero también como gesto militante
ANA CARBAJOSA
Las mujeres musulmanas llevan velo porque les da la gana. Nadie se lo impone. Así de tajantes han respondido las autoridades islámicas en España a las declaraciones de Bibiana Aído, la ministra de Igualdad, dispuesta a desafiar a la corrección política con tal de hacer llegar su mensaje. Aído criticó las restricciones que el islam impone en la indumentaria de la mujer, destapando una vez más la caja de Pandora del hiyab y los derechos de la mujer.
Mientras parte del feminismo occidental ha convertido el velo en símbolo de sumisión, las mujeres musulmanas, progresistas y conservadoras, se quejan de la obsesión por un trozo de tela que consideran parte de su cultura y que -aseguran- nadie les impone ni les quita derechos. Pero estas decisiones están muy condicionadas, sobre todo, por el clima político y social reinante tras el 11 de septiembre. El deseo de defender su identidad ante la islamofobia occidental, junto a algo tan trivial como la moda, ha animado a muchas mujeres a cubrirse. Esta marea político-religiosa hace que a la hora de la verdad, sean una minoría las mujeres que se planteen conscientemente la decisión de llevar o no el velo. Para millones de ellas, no hay elección posible.
"Esta historia de los Gobiernos europeos y el velo es contagiosa. Francia ha conseguido contaminar incluso a España, un país más cercano que otros al mundo musulmán", se queja desde Rabat Nadia Yassine, líder del movimiento islamista Justicia y Espiritualidad, perseguido por el Gobierno marroquí. Yassine admite que a algunas chicas sus familias les obligan a taparse la cabeza, "pero muchas lo deciden libremente". "En Europa no se dan cuenta de que más allá de cuestiones políticas o religiosas, el velo es una moda que arrasa. Las jóvenes ven a las modelos en la tele y les gusta", sostiene Yassine.
"Desde luego, a mí nadie me obligó a ponérmelo; es más, a mi familia no le hizo demasiada gracia", dice Angelica Oballe, una alemana de 21 años que hace apenas unos meses se convirtió al islam y emigró a Oriente Próximo. Hoy, Oballe pasea por Jerusalén con los ojos perfilados de kohl, falda larga y colorido pañuelo en la cabeza. Decidió vestir así a los 20 años "porque el Corán lo ordena", pero, sobre todo, porque se siente "más protegida y respetuosa con Dios". "Fue una decisión libre que tiene que ver con mi forma de relacionarme con Dios, pero también es una manera de demostrar que estoy orgullosa de ser musulmana, que no tengo por qué esconderme".
Menos entusiasta se muestra Mina Chebaa, quien, a sus 38 años, resopla cuando se le pregunta por el velo. Dice que no entiende la cansina obsesión occidental por "liberarlas" del yugo textil. "Estamos hartas. Si les preocupan los derechos de las mujeres, que se preocupen de las maltratadas, o de impedir que las mujeres con velo no tengan acceso a los trabajos en la Administración". Chebaa, miembro de la plataforma para la emancipación de las mujeres musulmanas en Bélgica, admite que hay maridos que obligan a sus mujeres a velarse, pero afirma que son minoría. Ella decidió cubrirse muy tarde, a los 25 años, cuatro después de casarse. "Fue una decisión fruto de un proceso de búsqueda de mi identidad", explica.
Muchas musulmanas se ríen cuando escuchan a una occidental preocuparse porque van tapadas. Algunas presumen de que en su cultura lo que cuenta es la belleza interior y no las mechas o el bronceado. En Líbano, Marruecos, Egipto... a lo largo y ancho del mundo musulmán se escuchan parecidos argumentos de boca de mujeres de distinto signo político o fervor religioso.
Para buena parte de la opinión pública europea, laicistas y feministas incluidos, que las mujeres se cubran, al margen del grado de libertad con el que lo hagan, constituye un acto de sumisión y una pérdida de derechos. Explicaba muy bien esta posición hace meses en una entrevista con este diario Fadela Amara, hoy secretaria de Estado francés y fundadora de Ni Putas Ni Sumisas, organización que combate activamente el uso del pañuelo. Amara, contraria a cualquier tipo de relativismo cultural cuando están en juego los derechos de las mujeres, considera el velo un acto de sumisión en estado puro. "Hay que distinguir entre religión y tradiciones arcaicas. La interpretación de los textos religiosos siempre se ha hecho por y para los hombres. Yo soy musulmana y considero el velo como un instrumento de opresión. Su historia está ligada no tanto al islam como a sociedades patriarcales", decía Amara.
En el caso de Samah, una veinteañera beirutí, casada con un clérigo de Hezbolá a la que ni se le ocurre la posibilidad de no cubrirse, la religión fue un factor determinante. Un chador negro, de la cabeza a los pies, no deja que se adivine ni una curva en su cuerpo. Su rostro, muy dulce, queda enmarcado por la tela desde el nacimiento del cabello hasta la barbilla. Ella cree que la prenda es una protección ante la incontrolable biología masculina. Sus palabras son elocuentes: "Ellos son diferentes. Siempre tienen ganas de sexo. Por eso, no hay que provocarles. Si una mujer va con escote y minifalda, ¿qué va a hacer el hombre? Pues violar a la primera que pille". Eso decía poco antes de que las bombas israelíes destrozaran su barrio en Beirut.
Preocupada porque la periodista anduviera con la melena al aire, la obsequió con un libro, La cuestión del hiyab, un argumentario editado por la organización para la propagación islámica de Teherán. El manual explica que si la mujer se cubre de acuerdo con el islam, "le permite adquirir prestancia y respeto y la protege de individuos frívolos e inmorales".
Además de moda, instrumento de liberación o protección ante el frenesí masculino, el velo ha cobrado fuerza en los últimos años como símbolo de identidad. Si Occidente no las quiere, ellas le vuelven la espalda y se aferran a las tradiciones. Las cabezas cubiertas avanzan en la tradicionalmente laica sociedad palestina, en Turquía, Egipto, en las segundas y terceras generaciones de musulmanes en Europa... "Es un fenómeno que se extiende no sólo por el Magreb u Oriente Próximo, sino también por Bangladesh, Indonesia... Las mujeres se han convertido en el campo de batalla entre Oriente y Occidente tras el 11-S", sostiene la feminista turca Liz Erçevik.
Ella cree que el debate se plantea en términos muy simplistas -velo sí o velo no- y que hay que ver por qué cada vez más mujeres usan el pañuelo. "Por un lado, Occidente invade Kuwait o Afganistán para liberar a las mujeres y, por otro, los líderes musulmanes las instrumentalizan para reforzar la identidad nacional. Este debate polarizado lo único que hace es menguar los derechos de las mujeres", sostiene Erçevik por teléfono desde Estambul.
En Turquía, probablemente más que en ningún otro país, está claro que la batalla política entre la oposición laicista y el Gobierno se libra en el guardarropa femenino. El Tribunal Constitucional acaba de anular la ley que permitía ir con velo a la universidad. La prohibición ha obligado a algunas mujeres a ocultarse o a ponerse pelucas o gorros para sortear la vigilancia, mientras que otras dejan de estudiar. "Como feministas no estamos dispuestas a renunciar al derecho a la educación. Además, es una medida que profundiza en la discriminación, porque sólo nos afecta a nosotras", añade Erçevik.
El ataque a la igualdad que denuncia es precisamente la idea que se escondía tras el discurso de Aído. De él se desprende que para la ministra el problema fundamental no son las imposiciones de una u otra religión, sino la forma desigual en que se aplican. Es decir, que cuando una cultura limita las libertades individuales, a las mujeres les toca casi siempre la peor parte. "¿Por qué los islámicos y los mayas no tienen que cargar con el peso de la identidad cultural y ellas, por el contrario, tienen que mostrarla como la prueba más rotunda de que esas culturas existen?", fueron sus palabras, que provocaron el inmediato salto a la yugular de los líderes islámicos. Le espetaron que las musulmanas visten el pañuelo "porque les da la gana, y no porque nadie les obligue". Y le pidieron que "no hable de lo que no sabe".
En España, mientras el PP dijo en plena campaña electoral que quería incluir la cuestión del velo en el famoso contrato de integración de inmigrantes, el Gobierno no se ha decantado por regular esta materia. "Lo más importante es ser sumamente respetuoso con los hábitos y culturas de cada país, teniendo mucho cuidado en que esas tradiciones culturales no ataquen a la libertad ni supongan una vulneración de la libertad a las personas o un ataque a los derechos humanos", apuntó ayer la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega.
El laissez faire español, como el británico o el alemán, dista de las restricciones francesas. Francia, la gran valedora del laicismo, prohibió en 2004 el uso de signos religiosos en las escuelas públicas, lo que suscitó una marea de rechazo en el mundo musulmán. Países como Bélgica y Holanda se han decantado también por poner coto a los dictados religiosos. Mientras la ciudad belga de Amberes ha prohibido el uso del velo a las funcionarias que trabajan cara al público, en Holanda no se permite vestir el burka en las escuelas y centros oficiales. Lo que está claro es que, de momento, los países europeos no han sabido o no han querido adoptar una postura común. Y que los intentos de regulación han levantado ampollas.
En Estados Unidos, donde no se restringe el uso del pañuelo, las mujeres musulmanas no corren mejor suerte y, en general, como en el resto de Occidente, se asocia la cabeza cubierta a una restricción de sus derechos y a una cultura democrática cuando menos deficiente, lejos del poder liberador que alguna de estas mujeres le atribuyen al velo. Y si no, que se lo pregunten a Hebba Aref y a Shimaa Abdelfadeel, a las que se les prohibió subir al escenario en un reciente mitin de Barak Obama por llevarlo. El senador cristiano no quiso dejarse ver con esas mujeres, no fueran a creer sus votantes que tiene algo que ver con las oprimidas musulmanas.
ANA CARBAJOSA
Las mujeres musulmanas llevan velo porque les da la gana. Nadie se lo impone. Así de tajantes han respondido las autoridades islámicas en España a las declaraciones de Bibiana Aído, la ministra de Igualdad, dispuesta a desafiar a la corrección política con tal de hacer llegar su mensaje. Aído criticó las restricciones que el islam impone en la indumentaria de la mujer, destapando una vez más la caja de Pandora del hiyab y los derechos de la mujer.
Mientras parte del feminismo occidental ha convertido el velo en símbolo de sumisión, las mujeres musulmanas, progresistas y conservadoras, se quejan de la obsesión por un trozo de tela que consideran parte de su cultura y que -aseguran- nadie les impone ni les quita derechos. Pero estas decisiones están muy condicionadas, sobre todo, por el clima político y social reinante tras el 11 de septiembre. El deseo de defender su identidad ante la islamofobia occidental, junto a algo tan trivial como la moda, ha animado a muchas mujeres a cubrirse. Esta marea político-religiosa hace que a la hora de la verdad, sean una minoría las mujeres que se planteen conscientemente la decisión de llevar o no el velo. Para millones de ellas, no hay elección posible.
"Esta historia de los Gobiernos europeos y el velo es contagiosa. Francia ha conseguido contaminar incluso a España, un país más cercano que otros al mundo musulmán", se queja desde Rabat Nadia Yassine, líder del movimiento islamista Justicia y Espiritualidad, perseguido por el Gobierno marroquí. Yassine admite que a algunas chicas sus familias les obligan a taparse la cabeza, "pero muchas lo deciden libremente". "En Europa no se dan cuenta de que más allá de cuestiones políticas o religiosas, el velo es una moda que arrasa. Las jóvenes ven a las modelos en la tele y les gusta", sostiene Yassine.
"Desde luego, a mí nadie me obligó a ponérmelo; es más, a mi familia no le hizo demasiada gracia", dice Angelica Oballe, una alemana de 21 años que hace apenas unos meses se convirtió al islam y emigró a Oriente Próximo. Hoy, Oballe pasea por Jerusalén con los ojos perfilados de kohl, falda larga y colorido pañuelo en la cabeza. Decidió vestir así a los 20 años "porque el Corán lo ordena", pero, sobre todo, porque se siente "más protegida y respetuosa con Dios". "Fue una decisión libre que tiene que ver con mi forma de relacionarme con Dios, pero también es una manera de demostrar que estoy orgullosa de ser musulmana, que no tengo por qué esconderme".
Menos entusiasta se muestra Mina Chebaa, quien, a sus 38 años, resopla cuando se le pregunta por el velo. Dice que no entiende la cansina obsesión occidental por "liberarlas" del yugo textil. "Estamos hartas. Si les preocupan los derechos de las mujeres, que se preocupen de las maltratadas, o de impedir que las mujeres con velo no tengan acceso a los trabajos en la Administración". Chebaa, miembro de la plataforma para la emancipación de las mujeres musulmanas en Bélgica, admite que hay maridos que obligan a sus mujeres a velarse, pero afirma que son minoría. Ella decidió cubrirse muy tarde, a los 25 años, cuatro después de casarse. "Fue una decisión fruto de un proceso de búsqueda de mi identidad", explica.
Muchas musulmanas se ríen cuando escuchan a una occidental preocuparse porque van tapadas. Algunas presumen de que en su cultura lo que cuenta es la belleza interior y no las mechas o el bronceado. En Líbano, Marruecos, Egipto... a lo largo y ancho del mundo musulmán se escuchan parecidos argumentos de boca de mujeres de distinto signo político o fervor religioso.
Para buena parte de la opinión pública europea, laicistas y feministas incluidos, que las mujeres se cubran, al margen del grado de libertad con el que lo hagan, constituye un acto de sumisión y una pérdida de derechos. Explicaba muy bien esta posición hace meses en una entrevista con este diario Fadela Amara, hoy secretaria de Estado francés y fundadora de Ni Putas Ni Sumisas, organización que combate activamente el uso del pañuelo. Amara, contraria a cualquier tipo de relativismo cultural cuando están en juego los derechos de las mujeres, considera el velo un acto de sumisión en estado puro. "Hay que distinguir entre religión y tradiciones arcaicas. La interpretación de los textos religiosos siempre se ha hecho por y para los hombres. Yo soy musulmana y considero el velo como un instrumento de opresión. Su historia está ligada no tanto al islam como a sociedades patriarcales", decía Amara.
En el caso de Samah, una veinteañera beirutí, casada con un clérigo de Hezbolá a la que ni se le ocurre la posibilidad de no cubrirse, la religión fue un factor determinante. Un chador negro, de la cabeza a los pies, no deja que se adivine ni una curva en su cuerpo. Su rostro, muy dulce, queda enmarcado por la tela desde el nacimiento del cabello hasta la barbilla. Ella cree que la prenda es una protección ante la incontrolable biología masculina. Sus palabras son elocuentes: "Ellos son diferentes. Siempre tienen ganas de sexo. Por eso, no hay que provocarles. Si una mujer va con escote y minifalda, ¿qué va a hacer el hombre? Pues violar a la primera que pille". Eso decía poco antes de que las bombas israelíes destrozaran su barrio en Beirut.
Preocupada porque la periodista anduviera con la melena al aire, la obsequió con un libro, La cuestión del hiyab, un argumentario editado por la organización para la propagación islámica de Teherán. El manual explica que si la mujer se cubre de acuerdo con el islam, "le permite adquirir prestancia y respeto y la protege de individuos frívolos e inmorales".
Además de moda, instrumento de liberación o protección ante el frenesí masculino, el velo ha cobrado fuerza en los últimos años como símbolo de identidad. Si Occidente no las quiere, ellas le vuelven la espalda y se aferran a las tradiciones. Las cabezas cubiertas avanzan en la tradicionalmente laica sociedad palestina, en Turquía, Egipto, en las segundas y terceras generaciones de musulmanes en Europa... "Es un fenómeno que se extiende no sólo por el Magreb u Oriente Próximo, sino también por Bangladesh, Indonesia... Las mujeres se han convertido en el campo de batalla entre Oriente y Occidente tras el 11-S", sostiene la feminista turca Liz Erçevik.
Ella cree que el debate se plantea en términos muy simplistas -velo sí o velo no- y que hay que ver por qué cada vez más mujeres usan el pañuelo. "Por un lado, Occidente invade Kuwait o Afganistán para liberar a las mujeres y, por otro, los líderes musulmanes las instrumentalizan para reforzar la identidad nacional. Este debate polarizado lo único que hace es menguar los derechos de las mujeres", sostiene Erçevik por teléfono desde Estambul.
En Turquía, probablemente más que en ningún otro país, está claro que la batalla política entre la oposición laicista y el Gobierno se libra en el guardarropa femenino. El Tribunal Constitucional acaba de anular la ley que permitía ir con velo a la universidad. La prohibición ha obligado a algunas mujeres a ocultarse o a ponerse pelucas o gorros para sortear la vigilancia, mientras que otras dejan de estudiar. "Como feministas no estamos dispuestas a renunciar al derecho a la educación. Además, es una medida que profundiza en la discriminación, porque sólo nos afecta a nosotras", añade Erçevik.
El ataque a la igualdad que denuncia es precisamente la idea que se escondía tras el discurso de Aído. De él se desprende que para la ministra el problema fundamental no son las imposiciones de una u otra religión, sino la forma desigual en que se aplican. Es decir, que cuando una cultura limita las libertades individuales, a las mujeres les toca casi siempre la peor parte. "¿Por qué los islámicos y los mayas no tienen que cargar con el peso de la identidad cultural y ellas, por el contrario, tienen que mostrarla como la prueba más rotunda de que esas culturas existen?", fueron sus palabras, que provocaron el inmediato salto a la yugular de los líderes islámicos. Le espetaron que las musulmanas visten el pañuelo "porque les da la gana, y no porque nadie les obligue". Y le pidieron que "no hable de lo que no sabe".
En España, mientras el PP dijo en plena campaña electoral que quería incluir la cuestión del velo en el famoso contrato de integración de inmigrantes, el Gobierno no se ha decantado por regular esta materia. "Lo más importante es ser sumamente respetuoso con los hábitos y culturas de cada país, teniendo mucho cuidado en que esas tradiciones culturales no ataquen a la libertad ni supongan una vulneración de la libertad a las personas o un ataque a los derechos humanos", apuntó ayer la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega.
El laissez faire español, como el británico o el alemán, dista de las restricciones francesas. Francia, la gran valedora del laicismo, prohibió en 2004 el uso de signos religiosos en las escuelas públicas, lo que suscitó una marea de rechazo en el mundo musulmán. Países como Bélgica y Holanda se han decantado también por poner coto a los dictados religiosos. Mientras la ciudad belga de Amberes ha prohibido el uso del velo a las funcionarias que trabajan cara al público, en Holanda no se permite vestir el burka en las escuelas y centros oficiales. Lo que está claro es que, de momento, los países europeos no han sabido o no han querido adoptar una postura común. Y que los intentos de regulación han levantado ampollas.
En Estados Unidos, donde no se restringe el uso del pañuelo, las mujeres musulmanas no corren mejor suerte y, en general, como en el resto de Occidente, se asocia la cabeza cubierta a una restricción de sus derechos y a una cultura democrática cuando menos deficiente, lejos del poder liberador que alguna de estas mujeres le atribuyen al velo. Y si no, que se lo pregunten a Hebba Aref y a Shimaa Abdelfadeel, a las que se les prohibió subir al escenario en un reciente mitin de Barak Obama por llevarlo. El senador cristiano no quiso dejarse ver con esas mujeres, no fueran a creer sus votantes que tiene algo que ver con las oprimidas musulmanas.
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